Capítulo 9. Síndrome de Münchhaussen (India, parte IV).

Si vienes a la India con tu moto te va a suceder lo que a C3-PO con los Ewoks: serás un Dios. Ya nos habían avisado que seríamos la atracción allí por donde pasáramos, pero no imaginábamos que inundaríamos las carreteras de gente cuando nos detuviéramos a beber un poco de agua para aguantar los casi 40 grados de temperatura ambiental.

Pero volvamos donde nos quedamos: la llegada en tren a Bombay, una ciudad que no debería llamarse así. No hace honor a su nombre. Debería llamarse “Caos”. Estar alojado en el centro y salir a la calle es de las cosas más estresantes que hemos experimentado en nuestras vidas. Hay ruido, contaminación, suciedad, centenares de personas agrupadas en pocos metros cuadrados, vacas muertas de hambre en medio del asfalto deambulando sin entender nada y mucho, mucho calor. Quizás por este motivo no vemos a muchos turistas. Realmente es a-go-ta-dor. Salir a la calle te deja sin fuerzas. Aunque acabes de llegar de Goa y estés hasta arriba de energía, pisar la ciudad hará que tu depósito de fuerzas se vacíe de golpe y tu reserva se ponga en rojo.

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El primer día nos alojamos en un hotel del centro para ubicarnos y descansar del largo viaje. Además, estábamos cerca de una de las empresas que teníamos que visitar para recoger la moto del puerto, que lo gestionamos el mismo día de la llegada. Se trata de THE FEDERATION OF INDIAN AUTOMOBILE ASSOCIATIONS, la Federación que todo aquel que entre con vehículo en la India por mar o aire tiene que visitar para obtener uno de los tantos papeles que se tienen que buscar. Volvimos al hotel y salimos a la calle solo a comprar comida y bebida. Durante poco rato pisamos la calle, pero es tanto el impacto que recibe tu mente paseando que necesitas volver rápido a la habitación para recopilar lo vivido y ordenarlo donde toca. Un país con una religión con más de 2.000 Dioses es imposible que pase desapercibido para tu espíritu.

A la mañana siguiente decidimos volver al iHotel, un hotel de las afueras que ya conocemos de nuestra primera visita y que, más o menos, nos proporciona todo lo que necesitamos. Como era viernes, tuvimos que esperar al lunes para continuar con todas las gestiones. Aunque teníamos ganas de ver a Richard, debíamos tener paciencia. Mucha. Lo bueno se hace esperar, y Richard es muy bueno.

Así hasta que llegó el lunes. Empezaba el follón. Por la mañana visitamos la segunda oficina que nos tocaba, también en el centro de Bombay. En una hora nos entregaban más papeles y nos comentaban que ya podíamos ir al puerto. Cogimos un taxi con un conductor que no se enteraba de nada y que no paraba de escupir tabaco por la ventana. Tardó una hora y media en llevarnos al destino. Una vez allí, fuimos a las oficinas del puerto más perdidos que Jack Shepard y sus amigos de la serie que más me ha enganchado en mi vida. Como una peonza, fuimos de una punta a otra hasta que, de repente, nos encontramos sentados ante una mesa ante quien parecía uno de los jefes del puerto. Parecía buen hombre. Muy educadamente y con un inglés fluido llamó a un contacto suyo que creía nos podía ayudar. Quedamos con él la mañana siguiente a las 10, pues el lunes ya se había fundido. Esa era una buena noticia. La mala era que nos comentaron que el jueves empezaba una fiesta de cuatro días para celebrar el nacimiento de Gandhi. Teníamos dos días para sacar la moto del puerto. Si no, tendríamos que esperar hasta el martes siguiente, con todo lo que ello conlleva (gastos de hotel, de energía, de ilusión… Estábamos muy cansados de Bombay. ¿Lo hemos dicho?).

El martes a las 10h volvimos al puerto esperando a alguien que no habíamos visto. Las 11h y no había nadie. Le llamamos. Nos dice que vendrá a las 11.30h. Las 12h y no había nadie. Le llamamos. Nos dice que vendrá a las 12.30h. Las 13h y no había nadie. Le llamamos. Nos dice que vendrá a las 13.30h, y le decimos que no sabemos si creerle. Nos cuelga. Las 13.30h y no había nadie. Le llamamos y nos dice que vendrá a las 14h. Y no viene. Desesperados volvimos a la oficina del que parece uno de los jefes del puerto y nos ayuda. Le llamó y le dijo que no podrá ayudarnos. Nos volvió a ayudar y llamó a otro contacto, con quien quedamos a las 11h de la mañana siguiente. Si no sacábamos la moto ese miércoles, deberíamos esperarnos casi una semana más, pues empezaban las fiestas. Sin embargo, ese miércoles sí hubo suerte. Aunque nos tuvimos que esperar unas 8 horas en un sucio sofá lleno de ácaros, por fin, al final del día, nos condujeron hasta la moto, que estaba tapada con un saco sucio para no distraer a los trabajadores.

Al despojarla de ese asqueroso saco, vemos como le cambia la mirada al hombre que nos había ayudado durante todo el día. Mientras durante todo el día se había mostrado terco, serio y un poco antipático con nosotros, al ver la moto le brillan los ojos. Intuimos que cuando le decíamos que teníamos que recoger una moto debía pensar que se trataba de una mobilette o algo similar. A partir de ese momento, nos trata con más «cariño», el mismo que sentimos de toda la gente que trabaja allí, que nos empiezan a hacer fotos y a interrogar. Hay una cosa que les crea muchísima curiosidad: el precio de la moto. En ese momento no somos conscientes que esa será la pregunta que deberemos responder durante el resto de nuestros días en este país.

Y hacia las diez de la noche la pudimos sacar para dirigirnos hasta el hotel. De esta manera, ya el primer día rompíamos una de las normas que nos habíamos propuesto: no conducir de noche. ¡Empezábamos bien!

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Un consejo: si tienes que tratar con indios para algún trabajo o negocio, ni se te ocurra darles prisa. No solo no sirve de nada, sino que aun es peor. Se colapsan, corriendo el riesgo de que el trabajo o negocio salga mal. Tienes que ir a su ritmo. Ellos no se adaptarán a ti. O lo haces tú, o pierdes. Así de fácil. En la India, quien tiene paciencia, la pierde, y quien no la tenga, la gana. Esta ley es inmutable.

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La mañana siguiente aprovechamos para limpiar la moto a fondo y equilibrar el aire de los neumáticos. Nos esperaban más de mil kilómetros para llegar a Agra que seguro no serían fácil. Personalmente aun no era consciente que viviría los días más peligrosos y difíciles que uno puede vivir en una carretera, y que veríamos muchos accidentes, incluso la posible muerte de un motorista atropellado por un camión.

Hasta que llegó el día. Salimos del hotel temprano por la mañana para tener el máximo de horas de luz solar. Y quedamos sorprendidos. Estábamos tan emocionados de volver a estar con Richard que conducimos unos 600 kilómetros sin muchos problemas. Esperábamos que sería más complicado. Pero nada. Todo estaba bien. El primer día en las carreteras indias fue de maravilla. Nos preguntamos si el segundo día sería igual. Aún no imaginábamos lo que nos venía encima.

Pasamos esa noche en un hotel de Indore, donde nos hicieron una rebaja de precio para una habitación más que correcta. Allí ya empezamos a percibir el poder de la moto. Aparcada en la entrada del hotel, era la atracción del barrio. Todos se acercaron para tocarla, subirse y hacerse fotos. Al principio nos hacía un poco de miedo que se montaran, pero es imposible frenarlos. Hacen lo que quieren. Su emoción es tal que no pueden evitarlo. Y siempre, cada mañana, cuando me subo a la moto, veo que lo han tocado todo, como el cambio de marchas, el botón de los antiniebla, los puños calefactables… todo. Pero volviendo al hotel de Indore, tirado en la cama vi como el chico que nos ayudó hacía pocos minutos a subir las maletas a la habitación y que nos pidió agregarlo en su Facebook, publicó en su perfil una foto suya encima de la moto con unas gafas similares a las que lleva Silvester Stallone en la película “Cobra”. Solo le faltaba una cerilla en la boca.

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Nos fuimos a cenar en el mismo hotel y en medio del primer plato se me acercó un chico y me dio un poco de conversa. De repente, sacó su móvil del bolsillo, empezó a hablar con alguien, hizo una pausa, y me preguntó si me podía pasar con su amigo, que quería hablar conmigo. Y así me encontré hablando con alguien que no sabía quien era sobre la moto en un inglés indio que me costaba entender.

Subirse a la moto cada mañana es una aventura. Siempre te das cuenta que te lo han tocado todo durante tu ausencia. La marcha está puesta, las luces anti-niebla activadas, así como el intermitente… todo. Te das cuenta que durante toda la noche han sobado a Richard por todas partes. Antes de encenderla tengo que revisar cada botón y ponerlo a sitio. Las primeras noches pensé en activar la alarma, pero no tiene sentido. Siempre vendrán indios a ver la moto. El recepcionista llamará a un amigo, este a otro, y acabará rodeada de multitudes durante toda la noche. Y no tienen suficiente con mirarla. También tienen que tocarla. Es inevitable.

No hay día en la India que no te sorprendas por algo. Siempre pasan cosas. Algunas agradables y otras no tanto. Por ejemplo, no deja de sorprender algunas de sus costumbres como las que tienen ciertos padres de cortar las piernas a sus hijos recién nacidos para así «regalarles» lo que para el resto de su vida será el oficio de pedir limosna. Eso si, sin antes tener el detalle de obsequiarles con una tabla cuadrada de madera de unos 50 cms por 50 cms con cuatro ruedas con la que podrán trasladarse de las piernas de un turista a las de otro.

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Otro tema que destaca es el trato que tienen los hombres hacia las mujeres. En este país tienen menos valor que un duro de cuatro pesetas en Japón. Son consideradas por el hombre como un estorbo y no sirven más que para cuidar la familia y limpiar el hogar. Las tratan como si no fueran nada. Por lo visto, cuando una pareja se casa, la esposa pasa a ser la encargada de cuidar ya no sólo a su marido, sino a toda la familia al completo de éste, además de la suya propia. Ella estará en el último escalón jerárquico. Por ejemplo: primero comerá el marido, luego, si hay más comida, comerán los hijos que tengan en común. Luego, si aún hay más, comerá la familia del marido. Si aún queda más, comerá la familia de la mujer. Y si sobran migajas que no quiera nadie, serán para ella.

No es muy difícil oír historias en las que se cuenta que muchas mujeres “sufren” accidentes en la cocina y mueren quemadas. Si eso sucede, nunca será investigado. Además, el hombre tendrá derecho a casarse con otra mujer y a empezar una nueva vida. En cambio, si el hombre muere mientras está casado con alguna mujer, aunque sea porque ha tenido un accidente con un coche lejos del hogar, ésta estará mal vista por todo el mundo por el hecho de no haberlo sabido cuidar bien. Será una vergüenza ya no sólo por el vecindario, sino por su propia familia. Dicha vergüenza, pero, se esfumará si mientras se realiza el entierro, ella se tira dentro de la fosa y la entierran viva con su difunto marido. A partir de aquí, todo quedará perdonado y olvidado…

Y es que India es un baúl gigante lleno de historias. Es un no parar. Como esa que cuenta cómo la policía «arrestó» a una paloma al verla con un mensaje sospechoso que contenía una dirección y un número de teléfono paquistaní. Tras analizar el mensaje, los agentes hicieron radiografías al ave, pero no encontraron nada más sospechoso en su interior. El superintendente encargado de la investigación comentó al periódico «Times of India» que «no ha sido encontrado nada más adverso, pero mantenemos a la paloma bajo custodia«. Según el periódico, el prisionero seguía bajo vigilancia armada como sospechoso de espionaje. Otra historia que podemos contar es la de la marca de helados «Adolf Hitler«, proyecto que ha creado un empresario indio que triunfa como la coca-cola en todo el país. O ese oficio que se ha puesto tanto de moda en el país, que es el de «Limpiadores de orejas profesionales«, que desafían el paso del tiempo en las calles indias, donde escarban sin pudor en oídos ajenos para ganarse el pan con una profesión poco agradecida introduciendo una fina barra metálica en el oído del cliente para extraer enormes tapones de cera que acaban mostrando con orgullo. Así es la India. Y por todas estas historias, uno no debería pasar su vida sin visitarla. Es imposible salir de allí sin haber almacenado un montón de recuerdos que difícilmente se podrán olvidar.

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Pero volvamos al viaje, que aún queda un poco más para acabar este episodio y tenemos muchas cosas que contar. A la mañana siguiente nos levantamos pensando que si todo seguía igual, podríamos llegar a Agra ese mismo día. Nos montamos en la moto y en pocos kilómetros ya intuimos que la cosa sería más difícil que el día anterior. Nos cruzamos con toda clase de animales: cabras, vacas, ovejas, camellos, perros, gatos, e incluso un burrito pintado con puntos de mil colores. Las carreteras parecían un zoo. Y mientras nos deleitaban toda clase de animales que salían de todas partes, fuimos esquivando coches, motos, camiones, autobuses y otros vehículos difíciles de clasificar que te adelantaban por todos los lados. Y todo sin sacar los ojos de la carretera, con un asfalto en pésimas condiciones con cráteres tan hondos que si entras y caes en uno no te sacan de ahí ni con una escalera de un camión de bomberos. Sin olvidar los kamikazes. Cada veinte o treinta kilómetros aparecía uno de cara procedentes de la nada. Y a todo ello, añádele una cantidad bárbara de humo negro que te tragas, sobretodo cuando adelantas a los camiones, unos vehículos con unas bocinas que expulsan unas sintonías horrendas y estridentes que son de todo menos harmoniosas. Tragas tanto humo que la cara te queda tan negra como el carbón que te traen los Reyes Magos en un año de pésimo comportamiento. Respiras tanta mierda que por la noche no paras de sacarte bolas de mocos negros de la nariz que no sabes dónde tirar. Pero las habitaciones de los hoteles ayudan. Son tan sucias que no cuesta nada esconderlas y disimularlas por algún rincón. Cada moco es como el “Predator”, ese enemigo marciano de Swarzzenegger, que queda fácilmente camuflado en alguna esquina de la habitación. Y aunque lo acabe viendo el hombre de la limpieza, dudo que le moleste.

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Y cada día de conducción, en medio de la jornada, a 38 grados de temperatura ambiental, cuando agotados decidimos detenernos un momento para cobijarnos bajo la sombra de un árbol durante 5 minutos para beber un poco de agua caliente, a los 3 minutos un perímetro de 4 metros de la carretera ya está inundada de gente, con periodista incluido. Solo falta el alcalde del pueblo más próximo. Seguro que no tardan en llamarle. Al principio hacía gracia, pero luego empiezas a entender a los pobres famosos que sufren el acoso de la prensa del corazón.

Es increíble ver la multitud que te rodea en pocos segundos. Aunque sea un lugar remoto, de la nada van apareciendo personas que se detienen frente a la moto mirándote como si estuvieran hipnotizados. Y a los que hablan inglés, solo les importa una cosa: «How much is it?» (¿cuánto vale?). Nos lo han preguntado tantas veces que ya no sé qué responderles.

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Y entre esas multitudes me acordé de un artículo que leí en el periódico hace años. Trataba de un tipo fue al hospital en más de 800 ocasiones en un año. Los médicos siempre le decían que estaba bien. Que por favor, que no volviera. Pero estaban equivocados. Resulta que el pobre hombre sufría el “Síndrome Münchhausen”, una enfermedad típica de las personas con baja autoestima que solo pretenden ser el centro de atención durante unos instantes ante cualquier persona, la conozcan o no. Ya sea yendo al médico mil veces, conducir Jeeps descapotables de color amarillo con ruedas gigantes, conduciendo con la música a tope con los cristales bajados, o saltando a los campos de fútbol en medio de un partido como hacía el pobre Jimmy Jump, son gente que necesitan llamar la atención para equilibrar así el amor que les falta para llegar a estar bien. Pues entre estas multitudes deduje que la India era su lugar ideal. Si quieren ser el centro de atención y quieren recibir un buen chute de autoestima, que vengan aquí con su propia moto. En este país se sentirán tan famosos y admirados como Brad Pitt. Serán Dioses. Literalmente. Como C3-PO para los Ewoks o Ganesh para los hindús. Definitivamente, si tienen la autoestima baja y sufren este síndrome, un sorbito de India puede convertirse en su mejor medicina.

Y de esta manera, llamando la atención de todo el mundo por allá donde pasábamos, recorrimos unos 1.500 kilómetros hasta la frontera de Nepal. Antes pasamos por Agra, donde nos detuvimos unos días para visitar el Taj Mahal sin tener que pagar entrada, pues celebraban una fiesta (otra), y le dedicamos todo un día. El templo lo merecía y la vista no cansaba. Dice la leyenda que una vez construido, el Emperador hizo cortar las manos a todos los obreros para que no pudieran construir otro igual. Demasiada crueldad para tratarse de uno de los obsequios de amor más famosos de la historia.

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Y en un par de días nos volvimos a subir a la moto siguiendo a rajatabla uno de los tantos consejos de Gandhi: cuidando nuestros pensamientos porque se convierten en palabras; cuidando nuestras palabras porque se convierten en acciones; cuidando nuestras acciones porque se convierten en hábitos; cuidando nuestros hábitos porque se convierten en carácter, y cuidando nuestro carácter, porque se convierte en nuestro destino. Y cuidando todos estos factores fue como llegamos a Lucknow, la ciudad india más europea que he visto nunca. Por contra, la última noche en el país de Gandhi la pasamos en Gorakhpur, una ciudad que en absoluto vale la pena visitar. Y menos sus Hoteles. Nos alojamos en el más barato que encontramos, que aún así era carísimo y nefasto. La habitación estaba sucia y estaba llena de cucarachas. Salían por todas partes. Y así fue como despedimos un país que será imposible de olvidar, sin saber que Nepal nos encantaría, y sin saber que en las calles saturadas de Thamel de Kathmandu un conocido me sorprendería gritando mi nombre mientras estaba despistado pensando en mis cosas, como lo estoy siempre. Y mientras me cepillaba los dientes antes de ir a dormir en esa cama infestada de insectos, me pregunté “¿Hace falta limpiármelas si no he comido más que dos galletas en todo el día?”. Y hablando de comer, he perdido unos cinco quilos como mínimo. Si alguien los encuentra, puede hacer con ellos lo que le plazca. Yo ya no los quiero.

*Soñar es gratis, pero para realizar algunos, necesitas ayuda. Este trocito de sueño ha cobrado vida gracias a APIC – Asia Pacific International College, Go Study Australia,Foto24 y Dynamic Line, gracias a nuestros colaboradores, y sobretodo gracias a ti. Y no lo olvides: Si puedes soñarlo, puedes hacerlo.

CURIOSIDAD.

Lo que hueles mientras duermes afecta al contenido de tus sueños. A esa conclusión llegaron científicos alemanes en un estudio presentado ante la Academia Americana de Otorrinolaringología. Comparando los efectos de oler a rosas y respirar el hedor de huevos podridos mientras dormimos, los investigadores comprobaron que el tono emocional de los sueños es positivo en el primero de los casos y negativo cuando el olor resulta desagradable.

DEDICACIÓN.

Seguimos con la familia. Esta crónica se la dedicamos a Miha y a Gigi, la hermana y el cuñado de Lore, y a nuestros sobrinos, Alexia y Antonia, y a Eric y Jana. La familia es fundamental para tener una vida sana. A su lado nos sentimos tan saludables como dos chavales de 15 años.

CONTACTOS ÚTILES.

Federation of Indian Automobile Associations.
76 Veer Nariman Road, 1st floor.
Church Gate.
Mumbai.
Tel. 91 22 2204 1085.
fiaa_india@yahoo.com

INSPIRACIÓN: «LOS SUEÑOS»

El hada más hermosa ha sonreído
al ver la lumbre de una estrella pálida,
que en hilo suave, blanco y silencioso
se enrosca al huso de su rubia hermana.

Y vuelve a sonreír porque en su rueca
el hilo de los campos se enmaraña.
Tras la tenue cortina de la alcoba
está el jardín envuelto en luz dorada.

La cuna, casi en sombra. El niño duerme.
Dos hadas laboriosas lo acompañan,
hilando de los sueños los sutiles
copos en ruecas de marfil y plata.

ANTONIO MACHADO.

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2 Responses to “Capítulo 9. Síndrome de Münchhaussen (India, parte IV).”

  1. Richienoviembre 21, 2014 at 3:30 pm #

    He rigut molt amb aquesta crònica sobretot quan expliques lo de l´indiu que et deia que venia en 30 minuts cada vegada que el trucaves i que no va acabar venint!!! jajajaja

    • Albert Solernoviembre 22, 2014 at 3:57 pm #

      Crec que el vam saturar, pobrissó! L’endemà ens va enviar un sms demanant-nos perdó, pobret. Bé, és així com treballa aquesta gent. Si anéssin a Europa, amb la velocitat que hi ha, no aguantarien ni dos dies!!!

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