Capítulo 10. El corazón que a Pokhara va nunca volverá (Nepal y Tailandia).

Cruzar la frontera de la India y llegar al Nepal es como ir de la luna a la tierra de un saltirón. Y solo pisar el planeta azul, recibes tal cantidad de brisa fresca en tu cara que tu cuerpo recuerda sensaciones que ya empezaba a echar de menos. En todos los sentidos.

Adelantamos los relojes 15 minutos respecto a la India, saltamos al año 2071, y bajamos de los 38 grados de temperatura ambiental a los 28. La gente pasa de agobiarnos a no hacernos casi ni caso, cosa normal, como pasa en casa. Sin olvidar un tema muy importante: la comida. En Nepal nos volvemos a alimentar con una dieta más que aceptable.

Sin embargo, las carreteras no dejan de ser difíciles. Aunque no tienen nada que ver con las de la India, nos encontramos con camiones, autobuses y furgonetas que van igual de locos. Con un desnivel brutal, pasamos de los 100 metros a los casi 800 sobre el nivel del mar en pocos kilómetros por unas carreteras que nos recuerdan mucho a las de la Collada de Toses, muy cerca de mi pueblo, Ripoll. Y así, en medio de una lluvia punzante, es como llegamos a Pokhara, una ciudad de ensueño que a los pocos minutos de rodarla ya sabemos que no podremos olvidar en toda nuestra vida. Quizás su belleza se amplifica por el hecho que llegamos de la India y el contraste se hace más grande, pero la verdad es que creemos que llegues de donde llegues, es una ciudad que no puede más que gustar y que cuando la abandonas, piensas en ella más de lo que ella se pueda pensar. ¡Un lugar así no se encuentra cada década! Es uno de esos rincones del planeta de los que aún no nos hemos ido, y ya estamos pensando en cuándo volver.

Ante un lago espectacular y bajo el remanso de las inmensas montañas nevadas del Himalaya reposa una ciudad tranquila y llena de paz donde el reloj baila a un ritmo diferente. La gente es amable y hospitalaria, como nos demostró el primer día Suren Sus, un nepalí que trabaja de cocinero en un restaurante de Bilbao y que hacía 9 años que no volvía a Pokhara, su ciudad.

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Aceptamos encantados su oferta de visitar su casa, que nos enseña como si nos conociera de toda la vida. En ella nos sorprende gratamente ver a su padre jugando a cartas con sus amigos en el suelo del comedor. Así ya están felices. No necesitan nada más. Y lo saben. Tienen tanta experiencia que han aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas, como acabaremos haciendo todos cuando lo entendamos. Eso es lo que tiene vivir muchos años. En ocasiones comprendes el significado de todo en unos días, y en otras tardas décadas en aprenderlo. Y así acabas adquiriendo algo inevitable a no ser que seas tonto o no llegues a vivir el tiempo suficiente: experiencia, que además de ayudarte a entender el pasado y el presente es como una bola de cristal que te ayuda a clarificar el futuro con bastante exactitud. Cuantas más vivencias tienes, más afinas la puntería para saber cómo serán los acontecimientos venideros. Como la poca que yo tengo, que me susurra que cuando Lore y yo seamos mayores nos va a costar muchísimo leer cualquiera de las lineas de este viaje (Hola, Lore y Albert del futuro. Si estáis leyendo esta crónica, no lloréis, ¿ok?).

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Nos sorprende que durante nuestra visita murieron más de 40 personas en un tracking por el Himalaya, que en absoluto es un juego de niños aunque lo parezca. Allí están acostumbrados a lidiar con este tipo de accidentes, pero cuando te cuentan que ese mismo día también murió una mujer europea de edad avanzada mientras cruzaba un río no deja de extrañarte. Los nativos viven hechos como este diariamente. Es su pan de cada día y además tratan el tema de la muerte de manera muy diferente a la nuestra. Como el tema del sexo, no está tan sobrevalorada como en Europa. Pero para unos extranjeros que están allí durante una semana es una noticia que no pasa desapercibida.

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Pokhara nos gusta tanto que hasta lo que no nos gusta de ella nos encanta, por lo que decidimos quedarnos más tiempo de lo normal. Solo dormidos podríamos haber imaginado un lugar así. Nos levantamos cuando nos despertamos y disfrutamos paseando dentro de ese cuadro enmarcado por las montañas más altas del mundo como dos niños con zapatos nuevos comiendo helados en pleno verano. Y como quizás no volvamos a visitarla nunca más en la vida, queremos absorberla tanto tiempo como podamos. Sus cortes de suministro eléctrico matinales, los almuerzos ante el lago, notar el calor de su gente y sentir el aire puro circulando por tu cuerpo son algunos de los momentos mágicos que nos atrapan como unos brazos largos de piel suave que te abrazan fuerte para que no te vayas. Pero como siempre que estás bien, aunque el tiempo pase caracoleando, los días pasan rápido y acabamos despidiendo una ciudad que no se olvida y que siempre se quedará. Porque de Pokhara uno no se va. Su esencia se impregna dentro de tu espíritu y quedará guardada para siempre en uno de esos cajones mentales de donde cuelga una etiqueta en la que se lee “recuerdo para no olvidar”.

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Y partimos hacia Kathmandu, la capital de Nepal. Ya nos han avisado que es una ciudad que cansa. No es tan estresante como cualquier lugar de la india, pero sus carreteras y calles agotan. Y a través de una carretera serpenteante y salvaje llegamos a la ciudad donde conocemos a Suraj y a su esposa Saru, que son quienes nos ayudarán a enviar la moto a Bangkok con avión. Lo tenemos que hacer así porque para entrar a Myanmar con vehículo propio pasa lo mismo que en China, necesitas a un guía que es muy caro. Puedes buscar un grupo y repartir gastos, y lo encontramos, pero tenían planeado entrar en el país unas semanas más tarde, la cual cosa no nos iba nada bien.

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Y una vez la moto ya estaba en el aeropuerto y ya teníamos los billetes a punto, era el momento de disfrutar de las calles laberínticas de Kathmandu. Y perdidos pululando entre ellas fue como de entre la multitud oí a alguien gritar una palabra que hacía tiempo que no oía: “Albert”. Alguien gritó mi nombre en una calle repleta de gente, ruido y olores. Eran Diana y Javi, más conocidos con el mote “desde la moto”, una pareja que va desde Madrid a Vietnam y que hasta el momento solo habíamos hablado a través de e-mails. Y con ellos estaban “Angel sobre dos ruedas”, un chico que va de Londres a Australia también con moto, y a Lauranne y Javi, alías «Perro Mochilero«, que dan vueltas por el mundo con su coche y su perro Meko. Como no podía ser de otra manera, nos fuimos a cenar para intercambiar diferentes experiencias y visiones de todo lo vivido hasta el momento. Sin duda, fue un momento muy agradable que nos gustaría poder repetir en el futuro. A ver si hay suerte y nos volvemos a encontrar en algún momento en la carretera, en el tren o donde sea. Por nuestra parte, nos quedamos con ganas de más.

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Y a la mañana siguiente teníamos una cita, esta sí que estaba programada. Nuestra última noche en Nepal la pasamos en casa de Suraj, Saru y su familia, que nos invitaron a cenar y a dormir. Dicen que hay tres tipos de personas: las que hablan de ideas, las que hablan de noticias, y las que hablan de personas. Y como es preferible nutrirse de la gente del primer grupo y alejarse del último, aceptamos la invitación en el acto. Sin duda, Suraj es un hombre de proyectos. Expira ideas por cada poro de su piel, por lo que pudimos disfrutar de una cena muy entretenida y enriquecedora. Además, era la primera vez en nuestras vidas que tanto Lore como yo comíamos sin cubiertos. Utilizar la mano derecha para coger granos de arroz y demás comida y metérsela en la boca es una experiencia que uno tendría que probar una vez en la vida.

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Así llega el día que debemos subir al segundo avión del sueño. Y como útil es todo aquello que nos da felicidad, volamos hacia el país de sonrisas: Tailandia. Nuestra primera parada es Bangkok, una ciudad en la que todo se acelera. Es mi tercera visita a esta ciudad, por lo que me la conozco bastante bien. Por eso nos alojamos muy cerca de Khaosan Road, quizás la calle de mochileros más famosa del mundo. Dicen que ahí puedes encontrar cualquier cosa: un título universitario, drogas, un carnet de conducir de cualquier país o un pase de fotógrafo para entrar como profesional en cualquier campo de fútbol del mundo.

Dicen que cada día de tu vida recibes unos 12.000 mensajes de toda clase, y de éstos, unos 3.000 son publicitarios. Si miras bien a tu alrededor en este momento, verás el nombre de la marca de tu ordenador, de tu reloj, de tu camiseta, de libros, de tu tele, etc. Pues esta cifra, en Khaosan Road, se multiplica. Hay señales por todas partes. Es una calle saturada en todos los sentidos. Paseando por esta calle oyes canciones de todo tipo mezcladas por todas partes, algunas de las cuales son en directo, ves mil carteles publicitarios que te envuelven como si tu fueras el protagonista de un regalo, y hueles olores de todo tipo, como lo de los escarabajos o escorpiones fritos.

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Al día siguiente nos dirigimos al aeropuerto a buscar la moto. Nada que ver con la experiencia del puerto en la India. En unas horas ya estamos a la salida del aeropuerto, pero a los 10 kilómetros conducidos recibimos la primera mala experiencia en una carretera tailandesa. Un policía motorizado nos detiene y nos comenta que está prohibido ir en moto por las autopistas, por lo que nos multa con 200 baths (unos 5 euros). Le decimos que venimos del aeropuerto a recoger la moto y que no lo sabíamos. Después de escucharnos, nos comenta que la multa es ahora de 2000 baths (unos 50 euros). Sorprendidos, le suplicamos que no nos multe, a lo que accede a rebajar la multa, y nos castigará solo con 1000 baths. Sonriendo, abre la mano para que depositemos en su base el billete que le calma y que recibe sin dejar de sonreír. Y cuando el dinero yace en la palma de su mano, coloca su guante encima, desapareciendo así de nuestra vista como si fuera un mago. Como diría Tarantino, “¡Maldito bastardo!”.

Pero esta mala experiencia no puede enturbiar el trato que puedes llegar a tener con la gente del país. Lo mejor que se puede hacer aquí es abrirse y disfrutar de sus habitantes. Y lo mejor que puedes hacer para contactar con ellos es sonreír. Los tailandeses, en general, son gente muy simpática que sonríe por cualquier motivo. Cualquier excusa les sirve para cerrar sus ojos avellanados y mostrar la calidad de su dentadura, ya sea para cosas tan básicas como saludar, indicar una dirección o, simplemente, para dar las gracias. Parece que tienen bien aprendida la lección que dice que la distancia más corta entre dos personas es una sonrisa. Sobretodo los comerciantes, que saben de sobras esa sentencia que dice “si no sabes sonreír, no abras ninguna tienda”.

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Y Yuphaphon Sangkannok, más conocida con el nombre de Oil, no es ninguna excepción. Es la esposa de Jordi Meya, un amigo de mi pueblo de toda la vida que vive en Tailandia desde hace años y que justo durante estos días está en Ripoll, mi pueblo. Con ella quedamos una tarde para comer y pasear y, cómo no, nos confirmó la regla: sonreír es sano y contagioso. Debería ser obligatorio cinco minutos al día como mínimo. ¡Un abrazote para los dos!

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También aprovechamos la ciudad para visitar el servicio oficial de BMW, donde le hacen la revisión y puesta a punto a Richard. Se lo merece y le dedicamos todo el día. Le esperan más kilómetros de ensueño que ni él ni nosotros olvidaremos en los que veremos de todo. Cosas buenas y no tan buenas, como la muerte, a la que miraremos fijamente. Nunca hasta el momento la habíamos tenido tan cerca como la notaríamos al cabo de pocos días de abandonar la tierra de las sonrisas.

*Soñar es gratis, pero para realizar algunos, necesitas ayuda. Este trocito de sueño ha cobrado vida gracias a APIC – Asia Pacific International College , Go Study Australia,Foto24 y Dynamic Line, gracias a nuestros colaboradores, y sobretodo gracias a ti. Y no lo olvides: Si puedes soñarlo, puedes hacerlo.

CURIOSIDAD.

Emociones. La emoción más común que se experimenta en los sueños, es la ansiedad. Además, las emociones negativas son más comunes que las positivas.

DEDICACIÓN.

Hace 4 años visité Bangkok por segunda vez. En esta ocasión, muchos de los días que disfruté de esta ciudad lo hice en compañía de Anna, Jordi y Oil. Esta crónica es solo para ellos. A su lado viví momentos que con el tiempo se han acabado transformado en recuerdos que difícilmente voy a poder olvidar.

CONTACTOS ÚTILES.

Envío de la moto de Kathmandu a Bangkok (entre otros lugares):

Eagle Export.
Mr. Suraj.
(Next to Kathmandu Guest House)
Themel, Kathmandu, Nepal
Tel: +977-01-4701022
Email: eagleandsunnepal@gmail.com, info@eagleexportcargo.com
Web: http://www.eagleexportcargo.com

Hotel Gurkha Haven.
Pardi (Damside) P.O. Box 340.
Pokhara, Nepal.
www.gurkhahaven.com.np

INSPIRACIÓN: «LA VIDA ES SUEÑO» (Fragmento)

Estamos en un mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña,
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.

Yo sueño que estoy aquí…

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA.

Frase4

One Response to “Capítulo 10. El corazón que a Pokhara va nunca volverá (Nepal y Tailandia).”

  1. Mariodiciembre 15, 2016 at 4:39 pm #

    Bueno días,
    como están?
    en febrero voy a viajar a india (8 dias y medio), nepal (7 dias y medio) y tailandia (6 dias y medio),
    en principio estaría en nepal: 4 noches en pokhara y 3 en katmandu, de ahí viajo a bangkok donde estoy 1 noche y parte del día siguiente, viajando a las 18 hs aproximadamente hacia las phi phi donde estaría 3 noches, volviendo 1 dia a bangkok.

    mi consulta es vale la pena estar 4 noches en pokhara, o seria mejor estar 2 noces en pokhara y 3 en katmandu, y de esta manera estar 2 noches mas tailandia?

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