Capítulo 14. Sumatra. Puntos de vista (rollo «Pulp Fiction»). (Indonesia I).

1. PUNTO DE VISTA DE LORE.

Ha llegado el momento de abandonar Malasia. Almacenamos todos los recuerdos que nos ha ofrecido este país en un lugar inolvidable de nuestro cerebro y miramos hacia adelante. Nos encontramos en el aeropuerto de George Town, Malasia, para subir al avión que en 50 minutos de vuelo nos lleva a Medan, Indonesia. Conocía pocas cosas de este país, como que la población predominante es musulmana (lo que me hacía pensar que quizás serían muy estrictos), que la economía no es muy buena, que consta de 18.600 islas, de las que 6.000 son habitables, y poca cosa más.

Saliendo del aeropuerto era necesario subirse a un autobús que nos llevara a la ciudad donde teníamos reservado nuestro Guest House. Era fácil preguntar cualquier tipo de información porque toda la gente allí hablaba inglés y era sumamente amable.

En una hora ya estábamos en el centro de la ciudad, pero nos faltaba un poco para llegar a nuestro destino. Después de negociar el precio con tres chóferes de tuc-tucs, por fin iniciábamos la última etapa del viaje de ese día.

Ya era oscuro y caían gotas. El tuc-tuc tenía un plástico delante en vez de cristal, lo que no nos permitía ver qué había enfrente nuestro. Solo podíamos ver el nuevo país que visitábamos observando por los laterales. Los carriles estaban iluminados y nuestro chófer, como todo el mundo allí, conducía de una manera que no nos transmitía mucha seguridad. De entrada, la única cosa que notábamos eran las luces de los otros vehículos que se acercaban como locos, muchos agujeros en el asfalto que nos hacían sentir como si fuéramos sacos de patatas, y muchas maniobras bruscas que el conductor hacía apurando hasta el último momento. I así estuvimos una hora en la que noté peligro, estupefacción, cansancio, diversión y otras sensaciones, hasta que por fin llegamos al Guest House que habíamos reservado la noche anterior en Malasia.

Durante todos los días que estuvimos allí, los propietarios nos trataron estupendamente. Solo vernos nos dieron bebidas y galletas de bienvenida, y después, durante toda la estancia, nos ayudaron con la información necesaria con el fin de que no tuviéramos ningún problema.

Al día siguiente llegó Kristjan, nuestro amigo de Islandia con quien juntos enviamos las motos con barco desde Malasia a Indonesia. Como que aquel día era domingo y también lo necesitábamos, descansamos tanto como pudimos.

El lunes sí fue un día intenso. Desde las 8 de la mañana hasta las 19.30 los tres lo dedicamos a recoger la moto en el puerto de Belaware. Dicho trámite siempre tiene una cosa en común con los otros que hemos realizado hasta el momento: horas y horas de espera que no acaban nunca.

Empezamos el día visitando un pueblo donde buscábamos un despacho para pagar una de las tasas necesarias para extraer la moto del puerto. Hacia las 10 llegamos a la empresa que buscábamos. Se trataba de una casa con una habitación y un pasillo donde solo dos personas estaban despiertas. El resto aún dormía estirados en el suelo encima de unos cartones. Una vez recogimos los papeles necesarios, nos dirigimos al puerto del despacho del puerto donde durante 6 horas estuvimos esperando para obtener más i más papeles para poder recoger la moto. Por fin, hacia las 17.30, fuimos al embarcadero y media hora más tarde ya salíamos del puerto.

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Al cabo de pocos kilómetros conduciendo por esa zona, los tres nos dimos cuenta de la situación y nos hicimos la misma pregunta: dónde es más difícil conducir, en la India o en Indonesia? Kristjany yo opinábamos que en la India, pero Albert decía que en Indonesia. Y al igual tenía razón, pues yo no sé conducir moto. Lo que sí se observaba fácilmente eran los cambios bruscos de dirección que realizan los demás conductores que no indican nunca con el intermitente. A ese hecho, añádele los agujeros que había en el asfalto en todos los carriles, que los conductores se podían detener inesperadamente en medio del carril, que los pasos de cebra eran casi inexistentes, que las carreteras no tenían luz de noche, y que solo tenían dos carriles, insuficientes para soportar el elevado transito que por ellos circulaban.
Llegamos al Guest House después de una hora. El día había sido tan duro que decidimos descansar el día siguiente. No teníamos prisa.

Así pues, al llegar al miércoles iniciamos nuestro viaje por Indonesia. El primer objetivo turístico fue Toba Lake, el lago volcánico más grande del mundo. Para llegar tuvimos que recorrer 188 kilómetros, que no eran pocos, y menos por esas carreteras.

El hecho de levantarnos tan temprano nos evitó tener que conducir por unas carreteras saturadas de una ciudad que no se acababa nunca. Durante el viaje empezamos a conocer otra zona del país bien distinta. Los kilómetros que recorrimos ese día no tenían nada que ver con los que habíamos conducido hasta el momento. Gran parte del trayecto fue por la montaña, donde frecuentemente nos deteníamos para disfrutar y admirar el paisaje.

Las carreteras gozaban de poco tránsito. Supongo que por ese motivo, hacia las 16.30 ya estábamos en un mini puerto esperando el ferry que nos llevaría con las motos en Toba lake. Mientras descansábamos antes de subir, pudimos disfrutar de una atmósfera genial. Estábamos rodeados de un ambiente sumamente alegre y positivo. Bañándose había unos 15 niños desnudos que no paraban de saltar de un barco a otro mientras sonaba una música alegre que les daba más ganas de exteriorizar toda la energía que tenían dentro, que no era poca. Y en tierra, detrás de nosotros, un grupo de estudiantes cantaba y bailaba hasta que llegó un autobús que los recogió. Todo esto sucedía en medio de la naturaleza. Era la primera vez desde que estábamos en Indonesia y el país ya empezó a deleitarnos con un espectáculo que no nos abandonó durante días.

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Definitivamente estos no fueron los únicos momentos mágicos de los que disfrutamos. Después de media hora con ferry, llegamos a Toba Lake, lo que significaba entrar en la isla de otra isla, pues la zona en la que estaríamos los próximos días estaba ubicada en el centro de Toba Lake, i al mismo tiempo, este lago estaba en medio de la isla de Sumatra.

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Llegamos al hotel cuando ya había oscurecido. Nuestra habitación estaba ante el lago. Hasta la una de la noche oímos el ruido del agua, que parecía que le faltara poco para tocar la puerta de la habitación. No notábamos esa sensación de calma y tranquilidad desde nuestra querida Pokhara, en Nepal.

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El próximo día lo dedicamos a dar vueltas para observar cómo vive la gente de allí. Me recordaron cuando era pequeña y pasaba las vacaciones en casa de mis abuelos. Todo se hacía con recursos naturales y tradicionales. Ése es un lugar óptimo para cualquier persona que vive en una ciudad europea con ganas de experimentar una vida totalmente diferente, empezando por el clima y acabando por las prioridades. La gente de esa isla nunca tiene prisas ni ningún grado de estrés.

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Indonesia acabará siendo el país donde hemos recorrido más kilómetros. Avergonzada ahora confieso que no recuerdo algunos de los nombres de los pueblos por los que pasamos. Continuando dirección a la isla de Java, una noche buscábamos hotel en un pueblo cercano que creo se llamaba Sidempuan. Empezó a llover tanto que nos detuvimos en el primer hotel que encontramos. Allí sucedió la primera cosa inesperada. A las 18h visité la peluquería que había al lado del hotel. Hacía tiempo que quería pintarme los cabellos, pero había un problema: como en la mayoría de pueblos de la isla de Sumatra, la gente no hablaba inglés. Para hacerme entender, les enseñé el color que quería en un catálogo para que entendieran lo que buscaba, pero no paraban de decir “no”. Ante esa situación, visité el supermercado más próximo y compré la pintura. Cuando volví a la peluquería, me esperaba una profesora de inglés del pueblo que nos facilitó muchísimo la comprensión.

La propietaria, que se llamaba Melati, no paraba de hablar con la profesora con el fin de que me tradujera sus cumplidos. Al cabo de pocos minutos ya éramos amigas. Toda la gente que había dentro de la peluquería era tan maja que no sabía a quien admirar más. En poco rato, Melati me invitó a asistir a la Iglesia de protestantes a las 21h, donde realizaban una Misa en la que cantaba su hijo. Acepté encantada y contenta, pero le dije que antes se lo tenía que comentar a Kristjan y a Albert.

Tan pronto como mi pelo ya estaba pintado con el color que quería, me dirigí al hotel a recoger a los chicos para ir a cenar rápido, pues faltaba poco rato para que empezara la Misa. Mientras cenábamos les he contado la propuesta que me había hecho Melati. Como era de esperar, ambos aceptaron y a las 21h ya estábamos ante su peluquería, donde ya nos estaban esperando. No nos fuimos a la iglesia sin antes realizar la primera sesión de fotos. Además, insistió para que fuera a visitar su casa, que era justo al lado.

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Al llegar a la iglesia todo el mundo nos miraba de una manera amistosa, como si hiciera mucho tiempo que nos conocíamos. Dentro todos cantaban canciones que nos gustaron muchísimo. Desde que pusimos los pies en la iglesia, Melati me cogió de la mano durante toda la Misa. Ese gesto de amistad me sorprendió muchísimo. Los tres fuimos tratados de una manera muy especial. Cuando ahora lo recuerdo, me doy cuenta que me he quedado con un recuerdo precioso de esa experiencia porque además invitarnos, nos ofrecieron comida, café, donuts y otros alimentos que aún no sabemos de qué se trataba. También debo mencionar que el hijo de Melati cantó en inglés una canción muy bonita. Y finalmente, antes de salir de la iglesia, ofrecieron un micrófono a Kristjan para que hablara. Después nos despedimos con una última sesión de focos llena de flashes por todas partes.

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A la mañana siguiente, antes de seguir nuestro camino, los tres volvimos a visitar la peluquería para agradecer a Melati y su gente toda su atención y para despedirnos.

Como el primer día, gracias a Kristjan seguimos alimentándonos con comida tradicional del país en lugares encantadores en los que pocos turistas se atreverían a entrar. Personalmente me relajaba el hecho de ver que alguna de la comida estaba cocinada. Cada día nos adaptábamos más con el arroz servido en un plato o una hoja de plátano que no siempre estaba limpia, noodles, patatas con huevo, etc. Y ahora, con la distancia, parece mentira pero lo hecho de menos. Nos fue muy bien acostumbrarnos a ese tipo de comida, pues en algunos de los pueblos que visitamos no hubiéramos tenido muchas otras opciones.

Y saltando de restaurante a restaurante llegamos Bukittinggi, donde por primera vez en nuestras vidas comimos búfalo. Se trataba de unos pinchos que, por su aspecto, creemos que era tripa con un poco de carne frita. Lo acompañamos con arroz depositado encima de una hoja de plátano. Quizás este fue el lugar menos limpio en el que cenamos hasta el momento. Hasta tal punto que vi una rata husmeando bajo las mesas. Pero ya no me importaba. Era feliz. Además, esa noche pensé que si en ese momento no tuve ninguna indigestión, no la tendría nunca más.

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Y si los días pasan rápido en casa, viajando pasan con una marcha más. Siempre acostumbrábamos a conducir hasta las 17h. Un día, más o menos a esa hora, empezó a llover muy intensamente. Para evitar mojarnos, nos refugiamos bajo el techo de una gasolinera, donde conocimos a Eva, la persona que acabó ofreciéndonos la mejor experiencia de todo el viaje. Se trata de una chica que se dedicaba a vender fruta a todo el mundo que se detenía para llenar el depósito. Al vernos, muy contenta, se acercó y nos ofreció una fruta que aún hoy no sabemos exactamente de qué se trataba, pero no nos gustó mucho. Se trata de un alimento que la gente del país adora, pero que a nosotros no nos convenció.

Era difícil entendernos con ella, pero lentamente fuimos conectando. Definitivamente, como todo el mundo, se trataba de una persona muy amable y simpática.

Ya eran las 17.30 de la tarde, la lluvia no menguaba y el hotel más cercano se encontraba a unos 60 kilómetros. No sabíamos cuál era la mejor opción que podíamos tomar. En ese momento no podíamos continuar y faltaba muy poco para que oscureciera. También había el problema que la tienda de campaña no parecía una solución muy indicada en ese momento. Kristjan y Albert estaban sospesando la opción de dormir en el suelo de la caseta de la gasolinera. Seguro que no hubiera habido ningún problema! Pero había otra opción mejor: dormir en casa de alguien.

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En un principio no me hacía mucha gracia, pero admito que era la mejor solución. Además, toda la gente que nos rodeaba era tremendamente simpática, por lo que pensé que sería fácil lograrlos. Por este motivo le pedí a Eva si nos podía ayudar. Como pude, con señales le expliqué que no teníamos dónde dormir y le pregunté si sabía algún lugar en el que pudiéramos pasar la noche. Después de entender lo que le pedía, contenta y sin pensarlo más de un segundo nos dijo que la siguiéramos. Nos acababa de invitar a dormir a su casa.

Después de conducir unos 10 minutos, llegamos a un pueblecito muy modesto con gente tan generosa que mi vocabulario es demasiado pobre para describirlo.

Al llegar a casa su casa, Eva y yo nos fuimos con su scooter a comprar comida, pues faltaba poco para cenar. Al volver, vi que su casa estaba más llena de gente que las calles del pueblo. Todo el mundo nos estaba invitando a una boda que se celebraba esa noche. La gente estaba tan contenta que en ese instante muchos de ellos también nos ofrecían su casa para pasar la noche, pero no teníamos intención de abandonar a Eva y su familia.

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Ninguno de nosotros intuíamos que estábamos a punto de asistir a una celebración que nunca olvidaremos. Solo llegar nos entusiasmó ver la vida de esa gente esa noche, y aún hoy en día me hace feliz cuando lo recuerdo. Llegamos hacia las 20.30, y como éramos extranjeros teníamos un lugar reservado a primera fila. Poco a poco fuimos aprendiendo cómo funcionaba la cosa. Todo el mundo debía ir subiendo al escenario como mínimo una vez para cantar una canción tradicional del país. Y como no podíamos ser una excepción, llegó nuestro turno. Y como cantar no es lo mejor que sabemos hacer, creo que los decepcionamos un poco. Primero fui yo quién cantó. Antes de entonar las primeras notas, pensé que quizás me acompañaría algún tipo de música, cualquiera, pero no fue así. Y como no nos entendíamos mucho, al final decidí cantar sin. Hacía rato que negociábamos este tema y al final pensé que lo mejor era no perder más el tiempo. No tenía ni idea de qué era lo que podía cantar. Fue entonces cuando recordé una canción de cuando era pequeña, titulada “Querida niña, no estés triste”. ¡Madre de dios! ¡Suerte que nadie entendió las tonterías que cantaba! Todo el mundo me miraba extrañado, pero yo continuaba procurando cumplir con sus deseos.

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Después de un rato le tocó el turno a Albert, que fue realmente precioso. No sé con que idioma cantó, pues me esforcé muchísimo a intentar entender algo de lo que decía, pero no logré descifrar nada de lo que decía. Solo me pareció entender una palabra: “aquí”. No paraba de gritar ante el micrófono. Tengo que confesar que todo el mundo quedó muy contenta con su actuación. Y finalmente le tocó el turno a Kristjan, pero logró no tener que cantar. Aún ahora, mientras escribo estas líneas, desconozco cómo lo logró.

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Sin embargo, cantar no era la única tradición que tenían. Nos quedaba otra: bailar. Y desgraciadamente, en este campo tampoco somos unos especialistas. Tan pronto como pisaron el escenario, tanto Kristjan como Albert decidieron activar el cuerpo realizando un movimiento sumamente raro. Era curioso, pero lo encontraba muy interesante. Creo que solo los niños pequeños pueden igualar ese estilo y pueden ser tan simpáticos como ellos.

La verdad es que todos estábamos muy contentos. Sin embargo, la fiesta estaba a punto de llegar a su final. Los momentos más agradables que habíamos vivido en Indonesia estaban a punto de acabarse. Antes de volver a casa de Eva, nos invitaron a comer arroz, huevos, pollo y un largo surtido de alimentos, algunos de los cuales aún hoy no sabemos de qué se trataba. Luego nos despedimos de todos y destrozados nos fuimos a dormir.

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El próximo día, por la mañana, fuimos a visitar la casa del hermano de Eva. Allí también fuimos tratados como reyes. No abandonamos el pueblo sin realizar otra sesión de fotos y nos despedimos de una gente con unos valores espectaculares, conscientes que habíamos vivido una noche que no olvidaremos en nuestra vida.

Y así continuamos nuestro camino dirección a Lahat, donde también nos esperaba una pequeña aventura un poco más movida.

DEDICATORIA.

Dedico esta crónica primero a Albert, que me ha ofrecido la posibilidad de conocer otra parte del mundo que no conocía en absoluto. Gracias a él he podido conocer a gente maravillosa como la de Indonesia, Cambodia, Nepal y otros lugares. También le agradezco el hecho de conducir tan bien durante todo el viaje, en especial en Indonesia y en la India, donde no es nada fácil. Gracias, tesoro, por todo lo que has hecho por mi. Nunca había vivido tantas cosas en tan poco tiempo.

Esta crónica también es para Kristjan, con quien compartimos cada día del viaje de Indonesia, así como un montón de momentos especiales como las cenas en el Hard Rock Café de Bali. Las experiencias vividas juntas quedarán siempre en mi corazón, y seguro que en el de Albert también.

También quiero agradecer a JuanDe Sáez, de Dynamic Line, el hecho de cedirnos un equipaje que nos salvó la vida en la autopista de Malasia en un accidente que nos dejó tocados. ¡Mil gracias por confiar en nosotros!

He escrito esta crónica expresamente para toda la gente que he conocido en Indonesia, una gente con un espíritu muy positivo y sincero. Nunca olvidaré los recuerdos que todos ellos me han regalado.

2. PUNTO DE VISTA DE ALBERT.

En ocasiones, cuando una larga serie de televisión famosa empieza a perder audiencia, el truco más habitual de los guionistas es añadir un nuevo personaje carismático que aporte frescura a la historia. En la nuestra apareció justo en esta etapa del viaje. Quién iba a decir que seria un islandés el que acabaría enriqueciendo nuestro viaje de una manera tan intensa y positiva.

Aunque nos conocimos en George Town por casualidad cuando embarcamos la moto en el barco de patatas gracias a la ayuda del Sr. Lim, no tuvimos la oportunidad de hablar tranquilamente hasta el fantástico hotel de Medan, en el norte de la isla de Sumatra, en Indonesia.

Nosotros llegamos con avión el sábado, un día antes que él y dos días antes que lo hicieran las dos motos. Ya en el aeropuerto, el policía que nos selló los pasaportes nos indicaría como es la gente del norte del país. No paraba de reír y de tratarnos con suma educación. ¡Qué diferencia con la policía de Tailandia!

Nos hospedamos en el hotel K77 Guest House, el mejor hotel calidad-precio de una ciudad tan estresante como cualquiera de la India. Quizás no tanto como Bombay o Nueva Delhi, pero no se quedaba corta. Se trata de una ciudad saturada de gente con un transito horrible en la que solo puedes hacer una cosa: nada.

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Kristján llegó el domingo. Solo con observarlo un poco ya te transmite paz, tranquilidad, serenidad y alegría. Tuvimos todo el día para conocernos un poco más. No teníamos prisa, pues habíamos decidido viajar unos días juntos, sin saber que esos días se traducirían en un mes y medio de compañía mutua que nos fue como anillo al dedo, o calcetín al pie. Se trata de un viajero de 58 años que está dando la vuelta al mundo con moto en solitario. Su esposa, tres hijos y dos nietos le esperan pacientes en Reykjavík aplicando una filosofía que yo también vendo desde hace años: libertad total. Creo que solo así tu pareja puede llegar a ser feliz, y si ella es feliz, tú también (o así debería ser). Se trata de esos hombres que, al hablar, no puedes más que escuchar. Desprende sabiduría por cada poro de su piel fruto de una vida intensa, emocionante y que pocos tenemos la suerte de vivir. Toda su vida ha estado viajando. Y cuando te encuentras a un hombre así, si no eres tonto, tienes que aprovecharlo y activar las dos orejas al máximo para absorber cada palabra, consejo o visión de la vida.

La misión para la mañana siguiente era dirigirnos al puerto de Belaware a recoger las dos motos. Para ello, teníamos que dirigirnos primero al despacho del contacto del Sr. Lim, que nos ayudaría en todo el proceso. Su oficina estaba embutida entre mil cabañas de un barrio saturado rodeado por una cloaca llena de mierda y animales muertos. Al entrar, disimulamos nuestra sorpresa al ver tres chicos durmiendo en un suelo también sucio de una tétrica habitación sin ventanas. Procuramos no hacer ruido mientras nuestro ayudante recoge los papeles necesarios antes de ir al puerto.

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El día fue largo. Como siempre, vas de aquí hacia allí como una peonza mareada hasta que, por fin, desorientado, cuando empieza a desaparecer la luz del día, te encuentras ante las dos motos aún sin saber exactamente cómo se ha logrado.

Felices iniciamos el camino de vuelta a Medan. En ese trayecto ya empezaríamos a palpar la difícil conducción que requiere un país como Indonesia. Hay vehículos por todas partes y, como en la India, necesitas un poco de suerte para acabar el día en la cama sin ningún rasguño.

Al llegar al Hotel de esa amable familia, donde cocinan las mejores patatas fritas que hemos comido en meses, planeamos el trayecto que haremos al día siguiente. Analizando el mapa, nos damos cuenta de lo grande que es este país, el cuarto con más habitantes del mundo. Nos sorprende que para llegar a Bali, tendremos que recorrer 3.000 kilómetros, un trayecto que tardaremos poco más de un mes en recorrerlo. No nos lo esperábamos para nada.

A través de una carretera fantástica, serpenteante no solo de izquierda a derecha, sino también de arriba abajo, y casi con nada de transito, llegamos hasta Toba Lake, una parada obligatoria si te encuentras en el norte de Sumatra. Se trata del lago volcánico más grande del mundo y el lago más grande de Asia. La curiosidad es que en medio del lago hay una isla gigante a la que llegaremos después de una hora de barco.

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La isla de Toba Lake respira tranquilidad por sus cuatro costados. Es un lugar donde el tiempo está parado en el que la gente no tiene el más mínimo interés en evolucionar. Son felices con lo que tienen. Parece que no quieran más. ¿Para qué? Viven en el paraíso en el que todos soñamos cuando nos vamos a dormir y cuando abrimos los ojos. Sin estrés, sin agobio, sin despertador y sin prisas.

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Es tan fácil ser feliz allí que nos alojamos en un apartamento encantador a tres metros del agua del lago por solo 15 dólares. Por la noche, al apagar la luz y cerrar los ojos para soñar, el único ruido que se oye es el suave susurro del agua chocando contra la pared de piedra que hay enfrente de nuestra cabaña. Te quedas dormido en el acto. No hace falta contar mil ovejas. De hecho, no ves saltar ni la segunda. Ese murmullo hipnótico te absorbe de tal manera que deja en ridículo cualquier péndulo de esos que utilizan los magos para balancearlo ante tus ojos. Y no solo es útil para dormir. Ese balbuceo, además, es un elemento que ayuda a entender el porqué de la felicidad y calma de la gente de esta isla. Porque ellos son exactamente como el lago: cristalinos, calmados, tímidos, felices y amables.

Disfrutamos de ese paraíso durante tres días, ignorando todo lo que nos viene encima. Abandonamos la isla conduciendo por un camino que va rodeando el lago y salimos por el único puente que lo une con el país. Pero la diversión no se acaba allí. Los próximos kilómetros los realizamos por unas carreteras en las que los tres coincidiremos en calificarlos como de los mejores del viaje hasta el momento, todas ellas serpenteantes rodeadas por un entorno que parece extraído de un cuento fantástico. Y la guindilla llega cuando pasamos por debajo de un cartel que indica la línea del Ecuador, donde nos paramos un rato para disfrutar de un instante especial.

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Durante los próximos días cruzamos mil aldeas en las que la gente acuchilla mortalmente el tiempo de mil maneras diferentes: bañándose en un charco, mirando el cielo, o simplemente saludando a los vehículos que pasan por ahí, sobretodo si son unos motoristas como nosotros. Parece que no hayan visto a ninguno en su vida. Algunos nos atienden con un saludo militar y semblante serio, otros nos alzan el pulgar en signo de aprobación y admiración, y otros alargan la mano para darnos un “give me five” mientras pasamos por su lado al grito de “¡Mister, mister!”, tanto si nos lo dicen a Kristjan o a mi, como si se lo dicen a Lore.

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Pasamos por lugares donde parece no haya habido nunca un turista. La gente se nos queda mirando alucinada y sonriendo. Son muy tímidos y aunque tienen unas ganas de acercarse y tirarse fotos con nosotros, guardan la distancia riendo sin parar. La felicidad absoluta se apodera de ellos justo en el momento que les das permiso para acercarse para que se hagan una foto con nosotros. Es tanta su emoción en ese instante que se ponen a saltar y empiezan a dar vueltas sobre su eje como un pollo sin cabeza. La verdad es que son muy agradables y educados, y siempre te acaban contaminando con esa alegría tan simple y sencilla. Como en tantas partes donde hemos estado, nos dan esa lección que no falla y que dice que cuanto más pobres, más felices y más generosos.

Y con los días, vamos conociendo más a Kristjan. Es simple, sensible al ruido, meticuloso, perfeccionista, generoso y despistado. De hecho, gracias a sus descuidos, durante el trayecto ganamos un par de cenas y alguna cerveza. Le encantan los Snikers (como a mi) y siempre, después de comer, tiene que hacer su siesta de 10 minutos. Es obligatorio y cualquier rincón es válido. En el suelo, en un banco, entre insectos, etc. Y así lo ha hecho siempre. Ya sea solo o acompañado. Y al acabar, nos volvemos a subir a la moto y continuamos ese camino. Y entre parada y parada, nos cuenta mil anécdotas de su vida, como su cena con Kevin Bacon, su encuentro con Neil Amstrong o su participación en la búsqueda de un avión de la Segunda Guerra Mundial enterrado bajo el hielo de Groenlandia.

Es tan poco el turismo que existe en esta zona del país que se hace sumamente difícil localizar hoteles en condiciones. Quizás el peor fue el que encontramos la noche del 23 de diciembre, día que nos alojamos en un hotel que tiene las habitaciones en un garaje. Nunca antes habíamos dormido en un lugar así. Lo peor es el olor, y lo mejor, que la moto está justo al lado. Esa noche será la primera que nos ayudará a entender cómo es la gente de Sumatra. Aquí puede pasar cualquier cosa. Siempre. En cualquier momento, de la nada, gracias a la gente, te puedes encontrar en un lugar que nunca te hubieras imaginado pocas horas antes. Esa tarde en concreto, Lore, después de muchos meses fue a una peluquería del lado del garaje en el que nos alojábamos. Quién iba a decir que, a la vuelta, nos diría que teníamos una cita. Las trabajadoras de ese negocio que en cualquier parte del mundo es el laboratorio donde, ciertos o no, se cocinan los rumores de todo el vecindario, nos habían invitado a la celebración nocturna de una misa que jamás olvidaremos.

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Después de cenar alguna cosa que nunca sabremos qué es en un restaurante de madera típico del país en el que pocos turistas se atrevería a entrar, quedamos con ellas y nos conducen a la iglesia de al lado. El lugar y el ambiente resulta cálido y encantador. Está lleno de gente, sobretodo niños, todos ellos uniformados y cantando unas canciones preciosas que encajan perfectamente con ese instante. En definitiva, todo ese marco me recuerda a esas ceremonias que celebra la gente de color en América donde unidos cantan góspel. Nos encanta estar allí. La atmosfera es tan positiva y alegre que es imposible no dibujar una sonrisa en tu rostro. ¡Si en mi pueblo las celebraciones en la iglesia fueran así, iría cada día!

Somos el centro de atención durante toda noche. Sobretodo cuando se acaba la fiesta, momento en el que la gente nos conduce ante el altar y nos hacen hablar con un micro. Y al acabar, nos reúnen y nos tiran mil fotos, como si fuéramos Cristiano Ronaldo, Bono y Angelina Jolie juntos. Vemos flashes por todas partes.

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Hacia las dos volvemos al garaje a dormir intentando ordenar mentalmente todo lo que hemos vivido. La verdad es que estamos muy emocionados. Y cuando nos pensábamos que esa noche sería una excepción, al cabo de un par de días, donde entre medio perdí mis zapatos misteriosamente en un hotel en otra noche en la que Lore y Kristjan asistieron a un karaoke de un bar cercano, nos paramos en una gasolinera para protegernos de la lluvia en un lugar cualquiera de la isla de Sumatra. Como siempre, solo parar las motos nos encontramos rodeados por aldeanos que nos miran desde la distancia acentuando de nuevo su alto nivel de timidez. No obstante, Lore conoce a Eva, una chica humilde y simpática como todas que nos invita a ir a su casa. Encantados aceptamos su oferta, conscientes de que ésta es gracias a la presencia de Lore. Sin ella, una chica musulmana nunca invitaría a dos hombres a su casa. Ella es nuestro pasaporte que nos permite acercarnos aún más a los habitantes de todo el país. Si Kristjan y yo viajáramos solos nos perderíamos la mitad del encanto de esa zona de Indonesia.

Así pues, Lore se monta en su vespino y nos conduce a su casa de madera de una calle cualquiera de ese pueblo encantador. Aparcamos y solo bajar se acerca una multitud curiosa que alterados nos rodea sin molestar en absoluto. Eva nos hace pasar a su casa y nos presenta a su familia. Como ella, su gente es humilde. Viven a oscuras la mayoría del tiempo en una casa de madera. La familia consta de cinco personas: Eva y sus dos hijos, su hermana y su madre. Todos ellos nos tratan como reyes aún sin conocernos.

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Al no hablar inglés, nos comunicamos con ellos como podemos, sin que sea difícil entendernos. Nos llevan a la cocina, colocan un mantel en el suelo, y mientras Eva cocina con una linterna enfocando la comida, nos deleitamos observando los objetos que adornan esa habitación. Nunca antes en nuestras vidas habíamos estado en un lugar como ese. Las pocas cosas que tienen, son tan antiguas como útiles. Lo aprovechan absolutamente todo.

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Mientras cenamos en el suelo nos comenta que esa noche hay una boda, y que estamos invitados. Encantados aceptamos también esta propuesta.

Al cabo de unas horas, cuando ya ha amanecido, todos juntos salimos a la calle y andamos unos 300 metros hasta un escenario adornado con mil florituras rodeado por centenares de sillas aún bacías, seis tronos como los que utilizan los Reyes Magos cuando reciben a los niños en los que se sentarán los novios y sus respectivos padres, y con una orquesta formada por un órgano Casio bastante más grande que el que utilizábamos en mi grupo cuando era joven formado por Francisquito, Puli, Serra y un servidor, que no parará de tocar durante horas.

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Como invitados de honor, nos reservan los asientos con mejor visibilidad, justo delante del escenario. Lentamente todo se va llenando de ambiente, y muchos se acercan a saludarnos en su lengua. Al poco rato, el organista hace gala de su habilidad con el Casio, empezando a entonar canciones típicas del país. Uno tras otro, va subiendo gente al escenario que coge el micro y cantan mientras bailan a su manera. Algunos desentonan y otros no. Después de tres o cuatro canciones, me empujan y me hacen subir al escenario para que cante. Cuando esto sucede, uno no puede más que preguntarse “¿Cómo voy a cantar una canción típica de aquí, si no sé ninguna?”. Así que, al entregarme el micrófono, me lanzo con un pequeño discurso en inglés que nadie entenderá, solo Lore y Kristian. Al acabarlo, vuelvo a mi sitio observando que la gente está extrañada. No entienden como no he cantado. Pero no pasa nada. Va subiendo más gente al escenario para seguir cantando, hasta que llegan los novios con sus padres, que no parecen muy entusiasmados. Están espléndidos. Con un posante serio, suben y se sientan en su respectivo puesto sin que la música deje de sonar.

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Es entonces cuando la gente sigue insistiendo. Debemos subir al escenario para cantar y bailar con ellos. Y como en una situación como esta lo mejor es dejarse ir, lo hacemos como lo hago yo ahora escribiendo esta frase, que no tiene sentido: las salchichas han decidido colgarse una capa para intentar volar bien alto mientras suena la sintonía de la serie Dallas en el televisor de la zanahoria.

A medida que avanza la noche vamos perdiendo el sentido del ridículo y la vergüenza. Por mucho que busquemos, ya no lo encontramos. Durante horas cantamos, bailamos y reímos con esa gente que, sin saberlo, quizás nos estén regalando la mejor noche del viaje. Todos ellos son encantadores y radian una felicidad en su rostro al tenernos ahí que nos hacen entender lo fácil que es hacerlos felices. Con poca cosa ya no necesitan nada más. De alguna manera, nos dan otra lección que solo se puede aprender viajando y saliendo de nuestro mundo reinado por la publicidad y las necesidades, la mayoría absurdas.

Al terminar la ceremonia, después de comer todo tipo de alimentos, volvemos a la cabaña de la familia de Eva. Estamos destrozados. Mientras Kristjan y yo nos ponemos a soñar sudados en el suelo del comedor, Lore lo hace en una habitación conjunta con Eva. Su madre y el resto de la familia lo hacen en la cocina, donde tienen una cama. Los tres, antes de empezar a roncar, nos damos cuenta que solo dormidos podríamos haber imaginado una situación tan mágica como la que acabábamos de vivir.

Y como la mejor manera de continuar dando vida a nuestros sueños era despertar, a la mañana siguiente, antes de partir y seguir nuestro camino, nos llevaron a casa de un hermano a las afueras del pueblo. Como siempre, nos trataron exquisitamente ofreciéndonos todo lo que tienen. Después de almorzar, al cabo de una hora y poco, nos montamos en la moto dirección a la isla de Java más felices que un pájaro con una patata frita en el pico. Esto es lo que ofrece la aventura del viajar que, como dice Javier Reverte, consiste en vivir un evento extraordinario la vida cotidiana de otras gentes en parajes lejanos de tu hogar.

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Y así vivimos uno de los momentos más mágicos del viaje. Estamos tan contentos que si estornudamos nos sale confeti. Y todo por detenernos un momento en una gasolinera para protegernos de la lluvia. Nosotros, que teníamos un aspecto de mendigos sucios y sudados, o incluso podíamos parecer delincuentes, fuimos tratados como reyes en casa de una familia pobre y generosa que en ningún momento nos pidió nada a cambio. Ahora, escribiendo estas líneas, me planteo qué habría hecho yo si fuera al revés. Si Lore y yo estuviéramos sentados en un bar de nuestro pueblo y apareciera esa misma persona, ¿la hubiéramos tratado igual? ¿la hubiéramos invitado a nuestra casa a cenar y a dormir? Me da un poco de vergüenza ajena escribir la respuesta. O quizás no, porque el sistema europeo es el culpable de implantarnos tanto terror y egoísmo que ayuda a programar nuestro cerebro para evitar invitar a desconocidos a nuestra casa. Ahora seguro que lo veré diferente. Viajar así tiene estas cosas. Te abre la mente y te hace plantear ciertas cuestiones. ¿Y en tu caso? ¿te has preguntado qué harías?

DEDICACIÓN.

Hace 20 años, cuando tenía 20 años, tuve la ocasión de vivir durante más de medio año en Peterborough, en Inglaterra. Durante ese tiempo viví en casa de un sueco que me triplicaba la edad. Cada tarde, después de trabajar, sentados en paz en el jardín de nuestra casa, cuando empezaba a tomar mis primeras cervezas, me enseñó y me aconsejó cosas que solo un hombre de mundo como él puede hacerte ver. Aún hoy aplico dos de sus consejos en muchos campos de mi vida. Siempre le consideré como un segundo padre para mi. Fue mi mejor mentor. Anders Bröms, estés donde estés, esta crónica va por ti.

3. PUNTO DE VISTA DE RICHARD PARKER.

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DEDICATORIA.

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CONTACTOS ÚTILES:
K77 Guest House Medan.
JL Seto No 6B.
Medan Area.
Medan-Sumatera Utara – 20216
Tel. 0617367078 o 081396538897

INSPIRACIÓN. “ITACA”.

I
Cuando salgas para hacer el viaje hacia Itaca
has de rogar que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de conocimiento.
Has de rogar que sea largo el camino,
que sean muchas las madrugadas
que entrarás en un puerto que tus ojos ignoraban
que vayas a ciudades a aprender de los que saben.
Ten siempre en el corazón la idea de Itaca.
Has de llegar a ella, es tu destino
pero no fuerces nada la travesía.
Es preferible que dure muchos años
que seas viejo cuando fondees en la isla
rico de todo lo que habrás ganado haciendo el camino
sin esperar a que dé más riquezas
Itaca te ha dado el bello viaje
sin ella no habrías salido.
Y si la encuentras pobre, no es que Itaca
te haya engañado.
Sabio como muy bien te has hecho
sabrás lo que significan las Itacas.

II
Más lejos, tenéis que ir más lejos
de los árboles caídos que os aprisionan.
Y cuando los hayáis ganado
tened bien presente no deteneros.
Más lejos, siempre id más lejos,
más lejos del presente que ahora os encadena.
Y cuando estaréis liberados
volved a empezar nuevos pasos.
Más lejos, siempre mucho más lejos,
más lejos, del mañana que ya se acerca.
Y cuando creáis que habéis llegado,
sabed encontrar nuevas sendas.

III
Buen viaje para los guerreros
que a su pueblo son fieles
favorezca el Dios de los vientos
el velamen de su barco
y a pesar de su viejo combate
tengan placer de los cuerpos más amantes.
Llenad redes de queridos luceros
llenos de aventuras, llenos de conocimiento.
Buen viaje para los guerreros
si a su pueblo son fieles
y a pesar de su viejo combate
el amor llena su cuerpo generoso
encuentren los caminos de viejos anhelos
llenos de aventuras, llenos de conocimiento.

LLUIS LLACH (Basado en el poema de Kavafis).

FraseDreamhunters53

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